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AGIS Y CLEOMENES.

bertad; pero, á lo que parece, para aquellos habitantes el último término de su valor era alabar y admirar la osadía de Cleomenes, no habiendo nadie que la tuviera para seguirle y darle ayuda. A Tolomeo el de Crisermo, que salia de palacio, le acometieron tres al punto, y le dieron muerte; y corriendo contra ellos en su carro el otro Tolomeo, á cuyo cargo estaba la custodia de la ciudad, saliéndole al encuentro, dispersaron á sus esclavos y á los de su escolta, y á él arrojándole del carro le mataron. Dirigiéronse en seguida al alcázar con el objeto de quebrantar la cárcel y ayudarse con la muchedumbre de los presos; pero la guardia se les había anticipado, y la tenía bien defendida; de manera que, frustrado Cleomenes en este intento, corria desatentado por la ciudad, sin que se le reuniera nadie, y ánles buyendo todos y mostrando el mayor temor. Paróse, pues, y diciendo á sus amigos: «Nada tiene de extraño que sean mandados por mujeres unos hombres que rehusan la libertad,» los exhortó á todos á morir de un modo digno de él y de sus anteriores hazañas. Hipotas fué el primero que se hizo traspasar por uno de los más jóvenes; y en seguida cada uno de los demas se atravesó á sí mismo con su espada con la mayor serenidad é intrepidez, á excepcion de Penteo, que había sido el primero que entró en Megalópolis cuando fué tomada. A ésle, bellísimo de persona, de la mejor índole y disposicion para ta educacion espartana, y que por estas prendas habia sido el amado de Cleomenes, le dió órden de que cuando viera que él y los demas habian acabado, entonces acabara consigo. Yacian todos por el suelo, y Penteo fué de uno en uno tentando con la espada no fuera que alguno quedara vivo; y haciendo por fin con Cleomenes la prueba de punzarle en un pié, como observase en su rostro algun movimiento, le beso, se sentó á su lado, y cuando ya espiró, abrazó su cadáver, y en esta actitud se quitó á sí mismo la vida.

TOMO IV.