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TIBERIO Y CAYO, GRACOS.

el haber comprado unas mesas délficas de plata, que le costaron á razon de mil doscientas cincuenta dracmas la Libra. En sus costumbres, con relacion á la diferencia del estilo, el uno era afable y benigno, y el otro pronto é iracundo: de manera que hablando en público, se dejaba muchas veces arrebatar de la ira contra su mismo propósito, con lo que levantaba la voz, prorumpía en dicterios y desordenaba el discurso; y por lo tanto, para reparo de este acaloramiento tenía cerca de sí á su esclavo Licinio, que no carecia de talento, el cual puesto á su espalda con el instrumento que sirve para dar los tonos, cuando advertia que precipitaba y cortaba la pronunciacion por el demasiado ardimiento, le daba un tono bajo y suave; y en oyendole inmediatamente volvia sobre sí, templaba el calor de los afectos, y bajaba la voz con la mayor docilidad.

Estas eran las diferencias que entre ellos habia; pero la fortaleza contra los enemigos, la justicia con los súbditos, la actividad en los cargos y la continencia en los placeres era en ambos una misma. En cuanto á la edad, Tiberio teDía nueve años más, y esto hizo que ejerciesen autoridad en distintos tiempos; lo que no fué de pequeño perjuicio para sus empresas; no habiendo florecido á un tiempo ni podido reunir sus fuerzas, que juntas las de ambos hubieran sido grandes é insuperables. Hablaremos, pues, separadamente de cada uno, y primero de el de más edad.

Este, pues, apénas salió de la puericia tuvo ya tanto nonbre, que al punto se le reputó digno del sacerdocio llamado de los Augures, más bien por su virtad que por su ilustre origen. Manifestólo así Apio Claudio, varon consular y sensorio, primero por su dignidad entre los Senadores de Roma, y muy aventajado en prudencia á los de su edad, porque comiendo juntos los agoreros habló y saludó con singular cariño á Tiberio, y él mismo lo pidió para esposo de su hija; y habiéndolo él otorgado con la mejor voluntad, bechos en esta forma los esponsales, al entrar Apio