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Plutarco.—Las vidas paralelas.

con su hijo mayor. A Cayo nadie le vió lomar parte en la pelea; sino que no sufriéndole el corazon ver lo que pasaba, se retiró al templo de Diana; donde queriendo quitarse la vida, se lo estorbaron dos de sus más fieles amigos, Pomponio y Licinio: porque hallándose presentes le arrebalaron de la mano el puñal, y le exhortaron á que huyese. Dícese que puesto allí de rodillas, y tendiendo las manos á la Diosa, le hizo la súplica de que nunca el pueblo romano por aquella ingratitud y traicion dejara de ser esclavo. Porque se vié que la muchedumbre le abandonó á causa de habérseles ofrecido por bando la impunidad.

Entregóse Cayo á la fuga; y yendo en pos de él sus enemigos, le iban ya á los alcances junto al puente Sublicio:

entonces dos de sus amigos le excitaron á que apresurase el paso, y ellos en tanto hicieron frente a los que le perseguian, y pelearon delante del puente, sin dejar pasar á ninguno hasta que perecieron. Acompañaba á Cayo en su fuga un esclavo llamado Filócrates; y aunque todos, como en una contienda, los animaban, ninguno se movió en su socorro, ni quiso llevarle un caballo, que era lo que pedia, porque tenía ya muy cerca á los que iban contra él. Con todo se les adelantó un poco, y pudo refugiarse en el bosque sagrado de las Furias, y allí dió fin á su vida quitándosela Filócrates, que despues se mató á sí mismo. Segun dicen algunos, áun los alcanzaron los enemigos con vida; pero el esclavo se abrazó con su señor, y ninguno pudo ofenderle hasta que acabó traspasado de muchas heridas. Refiérese tambien que no fué Septimuleyo, amigo de Opimio, el que le cortó á Cayo la cabeza, sino que habiéndosela cortado otro, se la arrebató al que quiera que fué, y la llevó para presentarla: porque al principio del combate se habia echado un pregon ofreciendo á los que trajesen las cabezas de Cayo y Fulvio lo que pesasen de oro. Fué, pues, presentada á Opimio por Septimuleyo la de Cayo, clavada en una pica; y traido un peso, se halló que pesaba diez y