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DEMOSTENES.

cho el registro de los bienes que traia, viéndole Harpaio prendado de una copa de las del Rey, y que examinaba su hechura y su forma, le dijo que la sospesara y viera el peso que tenía de oro. Admiróse Demóstenes de lo doble que era, y preguntando cuánto valia, sonriéndose Harpalo:

«Para ti, le dijo, valdrá veinte talentos;» y apenas se hizo de noche le envió la copa con los veinte talentos. Fué Harpalo muy perspicaz en descubrir en él su ánimo codicioso del oro por su semblante, por la viveza de sus ojos y por el modo de dirigir sus miradas. No pudo, pues, Demóstenes resistir á esta tentacion, y así, como plaza que admite guarnicion, se rindió á Harpalo; y al dia siguiente arropándose muy bien el cuello con lana y con vendas se presentó así en la junta pública. Decíanle que se levantara y hablase, y él por señas daba á entender que tenía cortada la voz; pero algunos burlones decian, con malignidad que aquella noche habia sido acometido no de angina, sino de argentina, el orador. Por fin vino á informarse todo el pueblo del regalo, y queriendo él defenderse y persuadirle, no le dió tugar, moviendo grande griteria y alboroto; mas sin embargo en medio de aquella bulla se levantó uno y dijo con mucha chulada: «¿Cómo es esto, ob Atenienses? ¿no oireis al que tiene la copa?» (1) Echaron entonces de la ciudad á Harpalo; y temiendo no se les pidiera cuenta de las alhajas usurpadas por los oradores, hicieron por la ciudad una rigurosa cala y cata, registrando todas las casas, á excepeion de la de Calicles Arrenide. Sólo á la de éste no permitieron que se llegara, por estar rocien casado y hallarse ya dentro la esposa, como dice Teopompo.

Cediendo Demóstenes al torrente, escribió un decreto para que el Consejo del Areopago examinara este negocio, y los que le pareciera que habian delinquido sufrieran la (1) En los convites el que tenía la copa era el que daba el tono para las canciones, y todos esperaban en silencio á que empezase el canto.