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Plutarco.—Las vidas paralelas.

dar muerte á Ciceron en medio del tumulto de los comicios. Parecía que hasta los Dioses prenunciaban lo que iba á suceder con terremotos, con truenos y fantasmas. Las denuncias de los hombres bien eran ciertas; pero todavía no podian darse á luz contra un hombre tan ilustre y poderoso como Catilina. Por tanto, dilatando Ciceron el día de los comicios, llamó á Catilina al Senado, y le preguntó acerca de las voces que corrian. Este, que juzgaba ser muchos en el Senado los que estaban por las novedades, poniéndose á mirar á los conjurados, dió tranquilamente á Ciceron esta respuesta: «Se podrá tener por cosa muy extraña, habiendo dos cuerpos, de los cuales el uno está flaco y moribundo, pero tiene cabeza, y el otro es fuerte y robusto, mas carece de ella, el que yo le ponga cabeza á éste?» Queria designar con estas expresiones enigmáticas al Senado y al pueblo; por lo que entró Ciceron en mayores recelos; y vistiéndose una coraza, todos los principales de la ciudad y muchos de los jóvenes lo acompafiaron desde su casa al campo Marcio. Llevaba de intento descubierta un poco la coraza, habiendo desatado la túnicapor los hombros, á fin de dar á entender á los que le viesen el peligro. Indignados con esto, se le pusieron alrededor, y por fin hecha la votacion, excluyeron por segunda vez á Catilina, y designaron cónsules á Silano y Murena.

De allí á poco, dispuestos ya á reunirse con Catilina los de la Toscana, y no estando léjos el dia señalado para dar el golpe, vinieron á casa de Ciceron á la media noche los primeros y más autorizados entre los ciudadanos, Marco Craso, Marco Marcelo y Escipion Metelo. Llamaron á la puerta, y haciendo venir al portero, le mandaron que despertara á Ciceron, y le enterara de su venida, la cual tuvo este motivo. Estando Craso cenando, le entregó su portero unas cartas traidas para un hombre desconocido, y dirigidas á varios; y entre ellas al mismo Craso una anónima.

Leyó esta sola, y como viese que lo que anunciaba era que