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CAMILO.

hácia aquella, levantando las manos al Capitolio, bizo á los Dioses la plegaria de que si no era jusia su difamacion y Bu ruina, sino efecto solamente del encono y de la envidia, tuvieran que arrepentirse pronto de ella los Romanos, y viera todo el mundo que echaban ménos y sentian la ausencia de Camilo.

Al modo, pues, de Aquiles, haciendo imprecaciones contra sus ciudadanos y desterrándose, dejó desierta su causa, estimada en quince mil ases, en los que fué condenado, que traido el cómputo á plata, venian á ser mil y quinientas dracmas[1], porque el as era de plata; y el décuplo en cobre se llamaba denario. Entre los Romanos no hay nadie que no esté en la inteligencia de que á aquella plegaria de Camilo se siguió al instante la pena, y que luégo recibió en cambio de la injusticia que se le hizo una satisfaccion, no dulce ciertamente, sino tan dura como fanmosa y celebrada. ¡Tal easligo vino sobre Roma, y tal ocasion se presentó para élla de peligro y de vergüenza, bien lo biciese asi la suerte, ó bien sea que hay algun Dios que no consiente que los hombres sean ingratos contra la virlud! La primera señal que hubo de que amenazaba algun gran mal, fué que en el mes de Julio murió el censor; porque los Romanos respetan mucho esta autoridad, y la miran como sagrada. Fué la segunda, que ántes del destierro de Camilo un hombre, no de los ilustres ni de los senadores, pero sí tenido por de probidad y rectitud, llamado Marco Cedicio, dió cuenta á los magistrados de una cosa mny digna de atencion. Dijo que en la noche precedente iba por la calle que decian Nueva, y sintiendo que le llamaban con una gran voz, so volvió á ver lo que era, y aunque no vió á nadie, oyó una voz más que humana, que le dijo: «Oyes, Marco Cedicio, vé de mañana, y anuncia á (l} Cada dracma valia como tres reales y medio de nuestra ROneda; segun que en otro lugar se ha dicho.