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DION.

estaba preparada una de las carrozas reales adornada magníficamente, y el tirano hizo un pomposo sacrificio, como si la ciudad hubiera tenido algun próspero suceso.

Por otra parte, la moderacion en los convites, el arreglo del palacio y la mansedumbre del mismo tirano en cuantos negocios ocurrian, hicieron concebir á los ciudadanos las más lisonjeras esperanzas de una mudanza. Habia una especie de manía en todos por la doctrina y la filosoffa; y áun dura la voz de que el palacio estaba lleno de polvo de tantos como eran los que trazaban líneas geométricas. Al cabo de pocos dias se celebraba en palacio un sacrificio solemne y patrio; y haciendo el heraldo, segun costumbre, la plegaría de que se conservase inalterable la tiranía por largo tiempo, se refiere que Dionisio, que se hallaba presente, le increpó diciendo: «¡No cesarás de maldecirme?» Disgustó sobremanera este suceso á Filisto, por creer que el poder de Platon sería con el tiempo y la costumbre invencible, si ahora con una ligera conferencia así habia cambiado y mudado el ánimo de aquel jóven.

De aquí en adelante se censuró ya á Dion, no por uno ú otro solamente y en voz baja, sino por todos y en público, pues decian: «Está visto el objeto que tiene en embaucar y en cierta manera encantar á Dionisio con la doctrina de Platon, para que abdicando y renunciando éste voluntariamente la autoridad, recaiga en el mismo, y pase despues á los hijos de Aristomaca, que son sus sobrinos. Algunos, fingiéndose disgustados, decian: «No há mucho que los Atenienses llegaron aquí con poderosas fuerzas de mar y tierra, y se gastaron y destruyeron antes de tomar á Siraeusa; y ahora disuelven la tiranía de Dionisio por medio de un sofista, persuadiéndole que retirándose de los diez mil estipendiarios, y dejando sus trescientas naves, los diez mil caballos y un número de infantes muchas veces mayor, se entretenga en buscar en la Academia el tan celebrado último bien, y se haga feliz por medio de la geo-