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Plutarco.—Las vidas paralelas.

aquella parte de la ciudad que despues ocuparon los enemigos. A pesar de todo esto, y no haciendo cuenta ninguna de ello, nombraron los Siracusanos veinticinco magistrados, de los que era uno Heraclides; y hablando reservadamente á los soldados extranjeros, trataron de seducirlos y separarlos de Dion para traerlos á su partido, prometiéndoles que serian con ellos iguales en derechos, Mas aquellos soldados desecharon sus proposiciones, y conservándose fieles y adictos á Dion, se pusieron armados á su lado para defenderle y protegerle, y así lo sacaron de la ciudad; no haciendo la menor ofensa á nadie, y sólo reconviniendo agriamente á los que encontraban por su ingratitud y perversidad; pero los Siracusanos, despreciándolos por su corto número y porque no habian sido los primeros en la agresion, llevados de que eran muchos más, los acometieron, en la inteligencia de que los vencerian fácilmente dentro de la ciudad, y acabarian con todos.

Constituido con esto Dion en el apuro y en la desgraciada situacion de haber de pelear con sus conciudadanos, ó perecer con sus soldados, dirigia á los Siracusanos los más encarecidos ruegos, tendiendo á ellos las manos y mostrándoles el alcázar lleno de enemigos, que se asomaban por las murallas, y eran espectadores de cuanto pasaba; pero no habiendo modo de templar el impetu de aquella muchedumbre, y dominando en la ciudad, como en un mar proceloso, el viento de los demagogos, dió órden á sus soldados, no de trabar pelea, sino sólo de volver cara con resolucion y griteria blandiendo las armas; y con esto ya no aguardó ninguno de los Siracusanos, sino que dieron á huir por las calles sin que nadie los persiguiese: porque Dion hizo retroceder á los soldados, y los condujo á los términos de los Leontinos. Fueron con esto los magistrados de los Siracusanos la risa y escarnio de las mujeres; y queriendo reparar la afrenta, armando otra vez á los ciudada-