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ARATO.

un calor lento con los, y de este modo llevan poco i poco á la muerte. No se le ocultó esto á Aralo, sino que como nada aprovechaba el quejarse, soportó su mal en silencio y tranquilamente como si fuera una de las enfermedades comunes y frecuentes. Sólo en una ocasion habiéndole visitado un amigo, como en su presencia arrojase un esputo sanguinolento, y aquél mostrase maravillarso de ello: «Estos, oh Cefalon, le dijo, son los premios de la amistad con reyes.» Muerto Arato de esta manera en Egio en su decimosétimo generalato, deseaban los Aqueos que allí fuese sepultado, y que se le erigiesen los monumentos correspondientes á sus hazañas; y los de Sicione miraban como una calamidad el que el cuerpo no pudiera ser entre ellos depositado, pues aunque habian alcanzado de los Aqueos que se lo permitieran, habia una ley que prohibia que nadie fuera sepultado dentro de los muros; y como sobre la observancia de esta ley hubiese una poderosa supersticion, enviaron á Delfos á consultar á la Pitia sobre este objeto, y la Pitia les dió este oráculo:

¿Consultas, oh Siclone, qué premio Por tu salud dispensarás á Arato, Y qué honores y exequias funerales Harás al héroe que sin vida yace?

Quien á honrarle se oponga será impio Contra el cielo extendido el mar y tierra.

Traido el oráculo se alegraron todos los Aqueos, y con especialidad los Sicionios; y convirtiendo el duelo en fiesta, al punto trasladaron el cadáver, coronados de flores y vestidos de blanco, con cánticos de regocijo y con coros, de Egio á la ciudad; y habiendo designado un lugar expectable, le hicieron el entierro que correspondia á su fundador y salvador. El sitio llámase hasta ahora Aracio, y se le ha-