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Galba.

En él muy de mañana sacrificaba Galba en el palacio á presencia de sus allegados, y el sacrificador Umbrício, al punto mismo de tomar en sus manos las entrañas de la víctima, exclamó que veia, no por enigmas, sino con la mayor claridad, en la cabeza del hígado señales de gran . turbacion, y un inminente peligro que amenazaba al Emperador; pues no le faltaba al Dios más que entregar á Oton, tomándole por la mano. Hallábase éste presente á espaldas de Gatba, y estaba muy atento á lo que Umbricio decia y anunciaba; y como se asustase y tuviese con el miedo muchas alteraciones en el color, el liberto Onomasto, que estaba á su lado, le dijo que le buscaban y le estaban aguardando en casa los arquitectos; porque esta era la seña convenida del momento en que debia presentarse a los soldados. Añadiendo, pues, él mismo, que habiendo comprado una casa vieja queria mostrar á los destajeros aquellas piezas que necesitaban reparos, se marchó, y bajando por la casa llamada de Tiberio, fué á la plaza al sitio donde está la columna de oro, en que van á rematar todas las carreteras principales de la Italia.

Los primeros que allí le recibieron y proclamraron emperador, se dice que no pasaban de veintitres; por lo cual, aunque no era débil de ánimo en proporcion de lo muelle y afeminado de su cuerpo, sino más bien sereno y arriscado para los peligros, llegó á temer y querer desistir; pero los soldados que rodeaban la litera no se lo permitian, por más que él clamaba que lo habian perdido, y daba priesa á los mozos; porque algunos lo oyeron, y más bien que conmoverse se admiraron del corto número de los que á tal se atrevian. Cuando así le conducian por la plaza, vinieron otros tantos, á los que despues se fueron reuniendo más, de tres en tres y de cuatro en cuatro, y luego se volvieron todos con él aclamándole César, y protegiéndole con las espadas desenvainadas. El tribuno Marcial, que era el que se hallaba de guardia, aunque no estaba en el secreto,