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Plutarco.—Las vidas paralelas.

aturdido con lo inesperado del suceso, por temor le dejó entrar; y cuando estuvo dentro, ya nadie se opuso, porque los que no estaban en lo que pasaba, confundidos con los que de antemano lo sabian, al principio se llegaban separados de uno en uno ó de dos en dos, y despues enterados y atraidos seguian á los otros. Al punto se refirió á Galba en el palacio lo sucedido, presente el sacrificador, y teniendo todavía en sus manos las entrañas de la víctima; de manera que aun los que dan poco crédito é importancia á estas cosas, ahora se quedaron maravillados del prodigio.

Como acudiese de la plaza gran gentío, Vinio, Lacon y algunos libertos se pusieron con las espadas desnudas á protegerle, y acudiendo Pison fué á asegurarse de la guardia del palacio. Hallándose la legion Ilírica en el pórtico llamado de Vipsanio, fué asimismo Mario Celso, varon de probidad y confianza, enviado á prevenirla.

Queria Galba salir, y Vinio no le dejaba; pero Celso y Lacon le excitaban oponiéndose vigorosamente á Vinio; y en esto corrió muy válida la voz de que á Oton lo habian muerto en el campamento, y de allí á poco se vió á Julio Aticio, varon no de oscura calidad que militaba entre los lanceros de la guardia, venir corriendo con la espada desenvainada, y diciendo á gritos que habia muerto al enemigo de César; y penetrando por entre los que tenía delante, mostró á Galba su espada ensangrentada. Volvióse ésto á mirarle, y quién te lo ha mandado?»» le preguntó: como respondiese que su lealtad y el juramento que tenía prestado, la muchedumbre gritó que muy bien dicho, y aplaudió con palmadas, y Galba se metió en la litera, queriendo ir á sacrificar á Júpiter y á mostrarse á los ciudadanos.

Cuando entraba en la plaza, como una mudanza de viento súbita vino el rumor contrario de que Oton se habia hecho dueño del campamento; y cuando, como es natural en tan numerosa muchedumbre, unos gritaban que se volviese, otros que continuara, éstos que no desmayara, aquéllos