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Plutarco.—Las vidas paralelas.

no, que fué quien mandó los mensajeros, habia mandado de propósito, y á los más resueitos de los soldados los habia colocado sobre las murallas, excitando á los demas á prestar su auxilio; pero aguijando Cecina con su caballo, y alargando la diestra, nadie hizo resistencia, sino que los unos saludaron desde el muro á sus soldados, y los otros abriendo las puertas, salieron á incorporarse con los que venian. Nadie hizo la menor ofensa, sino que todo era parabienes y abrazos; y al fin todos juraron á Vitelio y se pasaron á su partido.

Así es como refieren haber pasado los sucesos de esta batalla los que en ella se encontraron, reconociendo que no estaban instruidos en las particularidades de cuanto ocurrió, por el mismo desórden y por lo extraño del éxito.

Caminando yo al cabo de tiempo por el sitio, Mestrio Floro, varon consulár, me mostró á uno, anciano ya entonces, que habia sido del número de los jóvenes que, no por su voluntad, sino por fuerza, acompañaron á Oton; el cual nos refirió que yendo allá despues de la batalla, vió un monton de muertos, tan alto que igualaba á los que desde el suelo se ponian enfrente. Inquiriendo sobre la causa, decía que no la habia encontrado, ni quien se la declarase; pues si bien en las guerras civiles cuando llega el momento de una derrota es preciso que mueran muchos más, por no hacerse cautivos, porque no hay para qué guardar á los que se cogen, para aquel amontonamiento y hacinamiento no hay ninguna causa racional y probable.

A Oton al principio, como ordinariamente sucede, no le llegaba noticia ninguna segura de tamaños acontecimientos; pero despues que se presentaron algunos heridos y los refirieron, no es muy de admirar que los amigos no le dejasen abatirse, sino que le dieran ánimo y confianza; mas lo que excede todo crédito fué lo que pasó con los soldados, porque ninguno se desertó ni se pasó á los vencedores; no se les vió tratar de su propio interes, deses-