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Plutarco.—Las vidas paralelas.

Dicho esto, se enfervorizó contra los que todavía insistian y le rogaban, y á los amigos les encargó que vieran de ganar la gracia de Vitelio, y lo mismo á los senadores que allí se hallaban. A los ausentes y á las ciudades les escribió para que abrazaran aquel partido con honor y seguridad. Hizo llamar á su sobrino Coceyano, jovencillo todavía, y lo exhortó á tener buen ánimo y no temer á Vitelio, pues que él había salvado á la madre de éste, sus hijos y su mujer, cuidando de ellos como si fueran sus deudos. Decíale que siendo su ánimo prohijarle, por esto mismo lo había dejado para más adelante; y que tuviera presente que siendo ya César, había dilatado la adopcion para que imporara con él, si era vencedor, y no se malograse si fuese vencido. «Te prevengo, hijo mio, añadió, por último encargo, que ni enteramente olvides ni te acuerdes demasiado de que has tenido un tio César.» Acabado esto, de allí á bien poco oyó alboroto y gritería á la puerta, y era que los soldados á los senadores que ihan á salir les hacian amenazas de muerte si no se estaban quietos, y si abandonando al emperador pensaban en retirarse.

Salió, pues, otra vez temiendo por ellos; y ya no con blaadura ni en aire de ruego, sino con enojo é ira, miró á los soldados, especialmente a los alborotadores, mandándoles marcharse de allí; y ellos callaron y obedecieron.

Era ya entrada la noche, y como tuviese sed, bebió un poco de agua: tomó luego en la mano dos espadas, y babiendo estado examinando sus flos largo rato, volvió la una de ellas, y la otra se la guardó debajo del brazo. Hizo llamar á sus esclavos, y habiéndoles hablado con el mayor cariño, repartió entre ellos el caudal que tenía, á cuál más y á cuál ménos, no como quien es liberal con lo ajeno, sino atendiendo cuidadosamente al mérito y á la proporcion de él. Despidiólos y reposó lo que restaba de la noche, en términos que sus camareros le sintieron dormir profundamente. Al amanecer, llamando al liberto por quien