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ANTONIO.

gos, no del todo sin gracia y sin chiste, celebrando su genio, y diciendo que con los Romanos usaba de la máscara trágica, y con ellos de la cómica. Referir muchos de sus juegos y burlas, no dejaria de parecer bien insulso; mas vaya el siguiente. Estaba una vez pescando con mala suerte; y enfadándose porque se hallaba presente Cleopatra, mandó á los pescadores que metiéndose sin que se notara debajo del agua, pusieran en el anzuelo peces de los que ya tenian cogidos; y habiendo sacado dos ó tres lances, no dejó la gitana de comprender lo que aquello era. Fingió, pues, que se maravillaba, y haciendo conversacion con sus amigos, les rogó que al día siguiente concurrieran á ser espectadores. Embarcáronse muchos en las lanchas, y luego que Antonio echó la caña, mandó á uno de los suyos que nadara por debajo del agua, y adelantándose colgara del anzuelo pescado salado del Ponto. Cuando Antonio creyó que habia caido algun pez, tiró, y siendo el chasco y la risa tan grande como se puede pensar: «deja, le dijo, oh Emperador, la caña para nosotros los que reinamos en el Faro y en Canobo: vuestros lances no son sino ciudades, reyes y provincias.» Mientras con tales juegos y puerilidades se entretenia Antonio, le sobrecogieron dos mensajes: uno de Roma, por el que se le avisaba que Lucio su hermano y Fulvia su mujer, primero habian reñido y altercado entre sí, y despues, poniéndose en guerra abierta con César, lo habian echado todo á perder, y huido de la Italia. El otro en nada era más favorable y llevadero que éste, porque se le decia que Labieno al frente de los Partos habia subyugado el Asia desde el Eufrates y la Siria hasta la Lidia y la Jonia.

Vuelto, pues, con dificultad en sí como del sueño ó de la embriaguez, movió primero para hacer frente á los Partos, y llegó hasta la Fenicia; pero enviándole Fulvia cartas llenas de lamentos, se dirigió hácia la Italia, conduciendo doscientas naves. Tropezó por suerte en la travesía con