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PRINCIPIOS mí mismo, no pueda darse razón por la sola con—sideración de las causas eficientes o de la materia. He hallado que hay que recurrir a las causas finales y que estas leyes no dependen del principio de la necesidad, como las verdades lógicas, aritméticas y geométricas, sino del principio de la conveniencia; es decir, de la sabia elección. Esta es una de las más eficaces y sensibles pruebas de la existencia de Dios, para los que pueden profundizar esas cosas.

12. Síguese también de la perfección del autor supremo que no sólo el orden del universo entero es el más perfecto posible, sino también que cada espejo viviente que representa el universo, según su punto de vista, es decir, cada mónada, cada centro substancial, ha de tener sus percepciones y apetitos dispuestos de la mejor manera que sea compatible con el resto. De donde se sigue que las almas, es decir, las mónadas de mayor dominio, o más bien los animales, no pueden dejar de despertar del estado de adormecimiento en que puede sumirlas la muerte o cualquier otro accidente.

13. Pues todo en las cosas está dispuesto de una vez para siempre, con el mayor orden y la mayor posible correspondencia; que la sabiduría y la bondad sumas no pueden actuar sino en perfecta armonía. El presente lleva al porvenir en su seno; el futuro podría leerse en el pasado; lo remoto está expreso en lo próximo. Podría conocerse la belleza del universo en un alma cualquiera si nos fuera posible desenvolver sus pliegues to-