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Página:Leonidas Andreiev - El misterio y otros cuentos.djvu/146

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El turista alto (con énfasis).—No somos paganos; somos cristianos, y nuestro deber es amar al prójimo. Pide socorro, y hay que tomar, para salvarle, todas las medidas al alcance de la Administración. Guardias: ¿se han tomado todas las medidas?

El primer guardia.—Sí, señor.

El turista alto.— ¿Todas? ¿Absolutamente todas? Muy bien. Señores: todas las medidas han sido tomadas. Joven (dirigiéndose al desconocido): todas las medidas conducentes a su salvamento de usted han sido tomadas. ¿Oye usted?

El desconocido (con voz apenas perceptible).—¡Socorro!

El turista alto (conmovido).—¿Oyen ustedes, señores? De nuevo pide socorro. ¿Lo han oído ustedes, guardias?

Uno de los curiosos (tímidamente).—En mi sentir, hay que salvarle.

El turista alto.—Hace dos horas que estoy diciéndolo. Guardias: ¡esto clama al cielo!

El mismo curioso (con un poco más de audacia).—En mi sentir, lo que procede es dirigirse a la Administración superior.

Los demás curiosos (a coro).—¡Sí, hay que elevar una queja! ¡Esto es intolerable! ¡El Estado no debe abandonar a los ciudadanos en los momentos de peligro! ¡Todos pagamos contribuciones! ¡Hay que salvarle!

El turista alto.—No ceso de decirlo. Desde luego, hay que elevar una queja. Diga usted, joven: ¿paga usted contribuciones?... ¿Qué? ¡No le entiendo!