La señora.—Nelli: ¡corre a llamar a papá! ¡Dile que ya cae!
El primer fotógrafo (desesperado).—¿Qué hago yo ahora, Dios mío? No he cambiado la placa, y las nuevas me las he dejado en el bolsillo del gabán... ¡Y ese hombre es capaz de caer en cuanto yo vuelva la espalda! ¡Qué terrible situación!
El pastor (al desconocido).—Dese usted prisa, joven. Haga acopio de fuerzas y confiéseme sus pecados... al menos los principales: los menudos puede callárselos.
El turista gordo.—¡Qué tragedia!
El corresponsal (escribiendo.)—El criminal, digo, el desgraciado, se confiesa públicamente... Terribles secretos se descubren...
El pastor (a voz en cuello).—¿No ha matado usted a nadie? ¿No ha robado? ¿No ha cometido ningún adulterio?
El turista gordo.—Macha, Petka, Katia, Sacha, Vasia: ¡atended!
El corresponsal (escribiendo).—La multitud se escandaliza.
El pastor (apresuradamente).—¿No ha cometido ningún sacrilegio? ¿No ha codiciado el asno, el buey, la esclava ni la mujer de su prójimo?
El turista gordo.—¡Qué tragedia!
El pastor.—Mis parabienes, hijo mío. Se ha reconciliado usted con Dios. Ahora puede usted caer tranquilo... ¿Pero qué veo? ¡Miembros del Ejército de la Salvación! Guardias: ¡échenlos!
Numerosos miembros del Ejército de la Salvación,