a trabajar, la falta de brazos disminuía sobremanera las cosechas y el pan escaseaba; que si él no les enviaba algún dinero, se morirían de hambre.
Kukuchkin le dió un rublo al campesino para su padre. Se apoderó de él la desesperación más negra. Se imaginó el cuadro desolador de su familia en la miseria. Y conforme se iba acercando Navidad, más turbaba aquel cuadro su alma.
«Mientras ellos se mueren de hambre por falta de brazos—se decía—, yo estoy aquí comprándole buenos bocados al capitán.»
Hubo un momento en que hasta tuvo tentaciones de desertar; pero comprendió que hubiera sido una estupidez, y desistió.
Ya cerca de la tienda donde debía hacer las compras, pensó de pronto; «¿Y si me quedara con el dinero?» Esta idea la asustó tanto, que se santiguó apenas nacida en su cerebro. «¡Dios me libre!—murmuró—. ¡Sólo faltaba eso! ¡Nunca ha habido ladrones en la familia, y no seré yo el que la deshonre!»
Apresuró el paso; pero al meterse la mano en el bolsillo y tocar el billete lo acortó, preguntándose;
«¿Y si dijera que lo he perdido?»
Horrorizado, volvió a santiguarse y se lanzó hacia la puerta más próxima.
Era la puerta de una taberna.