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mencionaban los mapas. Era, pues, necesario atravesar con carros y mulas países del todo salvajes, habitados por terribles tribus indias: «pies negros», «sinksis», «arikaris, etc.; tribus que era imposible evitar, porque, movedizas como la arena, no tenían residencia fija, sino que constantemente recorrían la estepa entera, persiguiendo las manadas de búfalos y antílopes. Muchos y extraordinarios percances nos aguardaban; pero todo el que se decide a marchar al lejano Occidente debe darlos por descontados y aun estar dispuesto a dejar en ellos el pellejo. Lo que más me preocupaba era la responsabilidad que iba a asumir; pero en cuanto fué fijada la fecha de la marcha, no hubo más remedio que ocuparse de los preparativos para el viaje; preparativos que duraron bien dos meses, pues fué menester hacer venir los carrosde Pensilvania y de Pittsburgo, comprar mulas, caballos y armas y acumular enormes provisiones de víveres. Sin embargo, hacia los últimos días del invierno estuvo todo preparado.

Quise partir en aquel tiempo para atravesar en primavera las dilatadas landas que se extienden entre el Misisipí y las Montañas Rocosas, pues sabía que en verano los ardores del sol en aquellos parajes descubiertos hacían enfermar a los viajeros y les hacían sucumbir a veces. Por esto mismo decidí no llevar la caravana por la carretera meridional que corre a lo largo de Saint—Louis, sino por la que se extiende a orillas del Yowa, de la Nebraska y del Colorado septentrional; mucho más