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a las gaviotas toda su comida, y mientras éstas se precipitaban sobre el espléndido banquete, armando gran batahola, volvió él a su lectura.

Desaparecía ya el Sol detrás de los jardines y de las selvas vírgenes de Panamá, y lentamente, lentamente se iba hundiendo más allá del istmo, en el otro Océano; pero mostrábase todavía el Atlántico lleno de esplendor. La luz era clara todavía, y Skawinski continuaba leyendo: Y mientras tanto, lleva mi alma, llena de añoranza, hacia las umbrosas colinas, hacia las verdes praderas...

El crepúsculo anubló los caracteres; un crepúsculo breve que terminó en un decir Jesús. Apoyó el anciano su cabeza en la roca y cerró los ojos; y entonces «Aquella que defiende la luminosa Czestochowa» cogió su alma y la transportó a «aquellos campos pintados de trigos multicolores».

Unas fajas rosadas y áureas centellean aún, cual llamas en el cielo, y a la luz de aquellas antorchas vuela la fantasía hacia los lugares queridos; oye el susurro de los pinos, el murmullo de los ríos patrios; todo, todo lo ve como en otros tiempos lo veía; todo le pregunta: ¿Te acuerdas?» ¡Sí, se acuerda! Ve ante sí los campos dilatados, las praderas, los bosques, los villorrios...

Llegó la noche. A estas horas el faro acostumbra a iluminar ya las lobregueces de las aguas; pero hoy el torrero se encuentra en el pueblo natal.