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Cuando alzó la cabeza miró a su niño; los ojos del musiquillo estaban abiertos e inmóviles, y tenía la cara seria, lívida, afilada.

El rayo de sol también había desaparecido...

¡Descansa en paz, Yanco!

Al cabo de unos días regresaron de Italia los señores del palacio solariego. Volvió la señorita y el caballero que le hacía la corte.

Dijo el caballero: —Quel beau pays que l'Italie!

—¡Y qué artista es allí la gente!— añadió la señorita. On est heureux de chercher lá—bas des talents et de les proteger...

Sobre la tumba de Yanco susurran los abetos.

FIN