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Pero la pequeñinas ya no dormía. Vimos que bajaba del carro en aquel momento y, con la mano puesta sobre los ojos para evitar la luz del sol, miraba hacia todas partes.

Al divisarme, corrió hacia mí con impetuosidad, toda sonrosada y fresca, como la mañana aquella, y echándose en los brazos, que yo la tendía abiertos, besándome en los labios, exclamó: —Dzien dobry! Dzien dobry!

Luego, alzándose sobre la punta de los dedos y mirándome a los ojos, me preguntó con una traviesa sonrisa: —Am I your wife? (1).

¿Qué podía yo hacer sino llenarla de besos y caricias?

Felices transcurrían, pues, los días en aquel delta interfluvial, sobre todo si se tiene en cuenta que mis funciones de gobierno las había asumido, hasta el día de la marcha, el viejo Smith. De nuevo fuimos con Liliana a visitar nuestros castores, y, aquella vez dejóse pasar sin resistencia a través de la corriente. Otro día, en una barquilla de madera roja, remontamos el curso del Blue River, donde en un meandro mostréle de cerca una piara de búfalos que topaban con los cuernos contra la ribera arcillosa, de suerte que parecían ostentar sobre sus cabezas un casco de gres petrificado.

Dos días antes de la partida cesaron, sin embargo, nuestras jiras; en primer lugar, porque los indios (1) ¿Soy tu mujer?—(N. del T.)