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River, y que en aquel tiempo no tenía aún nombre inglés. Las larguísimas hileras de sauces negruzcos, que formaban como una orla funeraria flanqueando las blancas aguas, iban a darnos combustible en abundancia, y por más que aquella variedad de sauce silbe al ser encendido y chisporrotee endemoniadamente, siempre arde mejor que el húmedo estiércol de búfalo.

Dispuse que se hiciese en aquel lugar un alto de dos días, porque además los peñascos, diseminados acá y allá en las márgenes del río, anunciaban la proximidad de una región de difícil acceso, escarpada y recluída a espaldas de las Montañas Rocosas. Nos encontrábamos ya a una altura considerable sobre el nivel del mar; lo que era fácil de notar por el frío que se hacía sentir durante las noches.

Esta diferencia de temperatura entre el día y la noche nos molestaba mucho; algunos de nosotros, entre ellos el viejo Smith, nos vimos atacados de calenturas y obligados a permanecer en los carros.

Los gérmenes del mal los habían, indudablemente, cogido en las riberas malsanas del Misurí, y las privaciones y sufrimientos habían contribuído a desarrollarlos. Sin embargo, la proximidad de las montañas nos hacía concebir esperanzas de pronta curación, y entretanto mi esposa asistía a los enfermos con la innata abnegación propia de las almas angelicales.

Pero ella también iba perdiendo las fuerzas visiblemente. Cada mañana, al despertar, mi pri-