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defenderlo, ayudado del viejo Smith y del guía Tom, indudablemente lo hubiera despedazado.

Asesté a la fiera un tan tremendo golpe en la cabeza con mi hacha, que el mango se rompió, y eso que era de recia madera de hickory; abalanzóse entonces la bestia sobre mí, y sólo lograron derribarla los tiros que en las orejas le descerrajaron Smith y Tom. Eran aquellas bestias feroces tan atrevidas, que llegaban de noche hasta internarse en el radio del campamento, y en el transcurso de una semana matamos dos a una distancia de cerca de cien pasos de los carros. Por este motivo, desde el anochecer hasta el amanecer hacían los perros un alboroto tal que nos era imposible cerrar los ojos siquiera.

En otro tiempo gustaba yo de una vida semejante, y no hacía mas que un año, en el Arkansas, en medio de mayores angustias, me parecía hallarme en el paraíso. Pero ahora pensaba que en el carro mi querida esposa, en vez de dormir, temblaba por mi vida, y su salud disminuía con la inquietud y la zozobra; y mandaba yo a los infiernos a indios, osos y jaguares, ardiendo en deseos de proporcionar lo antes posible la paz y el sosiego a aquella criatura, débil, delicada y tan adorada, que hubiera yo querido llevar siempre en brazos.

Un enorme peso se me quitó del corazón cuando, al cabo de tres semanas de tamañas angustias, divisé las ondas blanquecinas, como pintadas con yeso, de un río, que hoy llaman el Republican