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Al partir agitamos repetidas, innumerables veces los sombreros a modo de remember y nos alejamos de los buenos canadienses. Por lo que a mí respecta, aquel día quedará eternamente grabado en mi memoria, porque por la tarde Liliana, la adorada estrella de mi vida, me echó los brazos al cuello y, sonrojada por el pudor y la emoción, cuchicheóme al oído una cosa que me hizo caer a sus plantas llorando de santo júbilo y besar las rodillas de aquella mujer, que además de mi esposa iba a ser la madre del hijo de mi sangre.

VIII

Dos semanas después de haber abandonado el campamento de verano entramos en las fronteras del Utah, y la marcha, aunque no desprovista de dificultades, fué al principio asaz expedita. Teníamos que atravesar aún la parte occidental de las Montañas Rocosas, que formaban una cadena de ramificaciones llamadas Wasath Mountains; sin embargo, dos ríos importantes, el Green y el Gran River—que, juntándose, forman el inmenso Colorado, así como numerosos afluentes suyos, abren por todas partes accesos bastante cómodos.

Por estos pasos llegamos, pues, al cabo de algún tiempo, al lago Utah, donde empiezan las tierras saladas.

Nos hallábamos en una región extraña, uniforme, sombría; dilatados valles, cerrados por anfi-

Liliana
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