civiliza y los suprime y ¡qué diferencia con Ascasubi y con Hernández, lisa y llanamente insoportables y prosaicos! Hay versos seductores que se pegan al oído, cosas vistas, cosas observadas, cosas sentidas, formas poéticas y límpidas, en esa perla de nuestra literatura; lo único que pasará á la posteridad de todo el cielo gauchesco, cerrado para siempre por Juan Sin Ropa, en su lucha de cantares contra Santos Vega el payador. Estanislao del Campo, mísero en sus otros trabajos, es un ejemplo, aunque no lo presento como digno de imitación (¡nunca la imitación!): sus versos más hermosos, sus rasgos más bellos, los debe á una amorosa é inteligente observación de la naturaleza; y hay, en su obra tan sencilla, estrofas que son revelaciones por el fenómeno descubierto y constatado, sin contar la infinita fluidez y la armonía penetrante de sus redondillas perfectas.
No sin razón he aproximado los nombres de del Campo y de Andrade. Son, respectivamente, Santos Vega y Juan Sin Ropa. En la sección poética argentina de este volumen está la explicación de mis palabras y espero que allí las buscará el lector, «amable» por