mucho del alma cosmopolita contemporánea y tiene algo de poeta dilettanti de las ciencias en cuyo estudio ha encontrado la negación de los dioses y de las almas y que, en vez de desesperarse, se encoge de hombros con una tristeza entre melancólica y chacotona. Joaquín Castellanos que tiene estrofas dignas de Andrade y que, libertado enteramente de la influencia de Andrade, tiene ahora estrofas dignas de Castellanos y es, entre los poetas más jóvenes, aquel de quién más esperan las letras nacionales, pues se trata de una naturaleza ricamente poética, capaz de escalar las cumbres, si quiere mover las alas. ¡Más arriba! ¡más arriba! Calixto Oyuela, el más ilustrado de nuestros críticos, espíritu amplio y poderoso, autor de versos más correctos y pulidos que inspirados, pero que ha sabido encontrar algunas notas ingenuas en Eros, no obstante Menéndez Pelayo, el cantor de Epicaris. Martín García Mérou, poeta niño, abundante, que al llegar á la virilidad, parece haber dejado el verso por la prosa á guisa de Paul de Saint Víctor, opulenta y poco precisa, aunque llena de colorido. Enrique Rivarola, dulce y atrayente con sus versos incorrectos
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