ginativos, tiene á veces páginas muy bellas; de Antonio Argerich, incorrecto, afanoso de escribir novelas con tesis, que en Inocentes ó Culpables pudo haber hecho una buena novela argentina si se hubiese despojado de sus propósitos redentores y sociológicos y se hubiese preocupado más del lenguaje; pues el capítulo de la cita en la posada es un prodigio de observación y de análisis;—del Lucio Mansilla de los Ranqueles y no de las Causeries de los jueves (!!), que no conocen lo que es orden ni lo que es hilván, y de toda la legión de los que, con mayores ó menores aptitudes, han constituído ó constituyen la prosa argentina, que haría á menudo dar gritos de espanto á los que sueñan esa forma de expresión impecable, perfecta, estupendamente construída y con su armonía especial que aumenta su fuerza plástica, cuando la maneja un obrero que la quiere y que se le impone con su temple de varón robusto desdeñoso de las flojedades y desfallecimientos del estilo. No hablo de las prosistas por razones de galantería, y aunque el coleccionista me presente en la lista de autores que me ha remitido el nombre de tres ó cuatro señoras que pasarán
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