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ciones, y en este caso, nuestra escasez de lógica resultaría un defecto que importaría combatir.

La irreflexión con que procedemos en la vida recalca mucho algunos de nuestros defectos; la intolerancia, los ce- los, la parcialidad y ese no estar nunca contentas, cosas to- das que acaso el razonamiento pudiera atenuar. El hábito de no razonar nos impide, a veces, plantear el problema de la vida en sus verdaderos términos y aceptar nuestra situación tal y como es, dando lugar en ocasiones a esa irritación sor- da e irracional que engendra las xantipas insufribles para ellas mismas y para los demás.

Y es que para vivir con razonable tranquilidad precisa hacerse una idea clara de la propia situación, darse razón de ella, y atendidos esos datos inmutables entre los cuales se ha- llan la familia, el ambiente, las riquezas de que disponemos y las aspiraciones de que tenemos conciencia—tratar de re- solver lo menos mal posible el problema de la vida. Eso es lo que por regla general hace el hombre, que es lógico y razo- nable, logrando una relativa tranquilidad de espíritu, que a los ojos de su egoísmo puede parecer la dicha misma.

En cambio, la mujer que carece de lógica y de reflexión, no distingue o no quiere distinguir lo posible de lo imposi- ble, las condiciones variables de las inmutables de su vida, obstínase en estarse engañando y desengañando continua- mente y lucha con sañudo ahinco así contra las unas como contra las otras. ¡Oh, y qué feliz sería yo—sigue pensando— si mi marido fuese de este modo, si viviese en ese otro me- dio! Y se empeña en querer resolver el problema de la vida. intentando alterar estas condiciones inmutables; y como casi nunca lo consigue, concluye llenándose de bilis y sufriendo ella y haciendo sufrir a los demás. En el fondo no hace sino repetir el razonamiento de muchas cocineras durante los años de penuria, las cuales se ponen a lamentarse y echar de me- nos los ingredientes que les faltan, en vez de aguzar el inge- nio para aderezar una buena comida con aquellos de que dis- ponen. Sólo que no siempre resulta descabellado en la wida el razonamiento de la cocinera.

¿Cuántas veces con su desesperada falta de lógica no lo- gra la mujer el triunfo en empresas que la lógica de los hom-