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EL ALMA DE LA MUJER 171

mos hombres inferiores, de igual suerte que seríamos caba- llos inferiores si la piedra de toque fueran los caballos.

Lo mismo sucedería si tomando como único tipo de perfección a la mujer buscásemos los grandes hombres entre aquellos que saben cumplir mejor con los deberes femeninos, entre los mejores padres y los hijos mejores. En tal caso, iría- mos a parar a idéntica conclusión, a saber: que el número de los hombres grandes es inferior al de las mujeres; que son de segunda magnitud, y cuando existen hombres superiores, presentan caracteres semejantes a los de las mujeres.

Sí, cierto es que entre las mujeres no se cuenta un Dan- te, ni un Shakespeare, ni un Newton; pero es que eso de com- poner poemas o descubrir las leyes del mundo, no es de nues- tra incumbencia. Es que la mujer, ya se llame Kovalewski o madame Stael, no puede consagrar a la obra maestra más que el tiempo que le dejan libre sus tareas femeninas y el ánimo que le quede después de atender a sus preocupaciones familia- res, pues jamás excelencia alguna la podrá eximir del cum- plimiento de sus humildes funciones de madre a que el ins- tinto la impulsa y la naturaleza la destina. Es que la pa- sionalidad impele instintivamente a la mujer a ayudar a los demás antes que a mirar por sí misma, y que para crear la obra maestra es menester tener ambiciones de hacerla y am- bicionar la gloria, los honores y el poder, y en la mujer '““mu- jer”” la ambición de ser amada supera con mucho a la de ser célebre o poderosa.

Leed las cartas femeninas, las Memorias, las notas que nos han dejado las Ramusat, las de Stael, Recamier, Belgio- so, Jorge Sand, Julieta Lambert y la hija de Hokusai, esas mujeres que dieron pruebas de admirables aptitudes para las letras o las artes; repasad las cartas y las Memorias sobre ma- dame Kovalewski y sobre Cayetana Agnesi, con todo y ha- berse acreditado de insignes matemáticas; y las de Isabel Browning y Clotilde de Vaux, que demostraron poseer ideas sintéticas y poéticas filosóficas, verdaderamente grandes, y ya veréis el poco lugar que la literatura, las matemáticas y la poesía ocupaban en sus corazones, los cuales palpitaban con ansia harto mayor por la vida y el afecto de quienes las ro- deaban que no por la gloria de las obras que escribían, Y ve-