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atesora una gran inteligencia y un gran corazón—la atrac- ción hacia el amigo, el héroe o el poeta-—compuesta por en- tero de admiración y aprecio y que a veces puede llegar hasta las más altas cimas del amor, amor espiritual.
La atracción brutal y ciega que nos hace desear espas- módicamente en un momento determinado un determinado objeto, sin ninguna razón específica—el amor del morfinó- mano por la morfina, de la urraca por las cosas que relucen, del borracho por el vino y de los seres vivos algunas veves entre sí—y al que lla naré amor pasional.
La atracción ardiente hacia un determinado objeto que deseamos y del que hacemos nuestra meta, el fin de nuestros esfuerzos: el amor del alpinista por las altas cumbres inac- cesibles, por el edelweis que florece en una roca peligrosa, amor de conquista.
El amor a un objeto que poseemos, que hemos conquis- tado, que acrece nuestro prestigio, nuestra fuerza, o en el que hemos cristalizado una suma de sentimientos indistintos. El amor a nuestra casa, a nuestros muebles, a las cosas de nues- tra propiedad, amor de posesión.
La atracción hacia un alma que vibra al unísono de la nuestra, hacia un individuo con el cual creemos poder compenetrarnos y completarnos y que gusta de dejarse pene- trar y compenetrar—atracción hacia el alma gemela-—de los poetas y de los sueños.
Estos sentimientos y otros más compréndense todos en esa atracción que une al hombre con la mujer y a la mujer con el hombre y que se suele designar con la palabra amor, aunque éste entra en ella en proporción harto desigual, según se trate del hombre o la mujer.
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En el amor del hombre es la atracción sensual la que predomina, junto con la pasional, y el amor de conquista, de lo poseído, amor egoístico, atracciones todas al margen de la razón.
Por amor entiende el hombre la atracción hacia una mujer cuya apariencia exterior le agrada y en la que le cau-
