Página:Lombroso El alma de-la mujer.djvu/204

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conceptos contrarios, limitándose a aminorar en cuanto fue- ra posible el alcance de las tragedias que de ellos se origina- ban y mitigar sus funestos resultados,

Pero la época moderna, que tiene la manía de cambiarlo todo y no se aviene a ningún sacrificio, pretendiendo alcan- zar la perfección absoluta, empieza negando la existencia de esos dos conceptos antagónicos y negando también que la mu- jer y el hombre sean distintos, después de lo cual trata de suprimir todo choque entre ambos exhortándolos a procla- marse iguales y a asutair los mismos deberes y los mismos de- rechos. Este movimiento ha concluido por elevar a la cate- goría de regla, y hasta podría decirse que de deber, aquello que el despecho y la indignación sugeríanles a las mujeres menos dignas—el principio de observar en las relaciones con el hombre la ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente. ¿Que el hombre traiciona a la mujer? Pues, que ésta a su vez le traicione. ¿Que el hombre solo piensa en sí mismo? Pues, que la mujer sólo por sí mire. ¿Que el hombre cifra su pla- cer en los cargos sociales, en su perfección profesional y en los honores que la granjean? Pues, que haga lo mismo la mu- jer. ¿Que el hombre no se compenetra con la mujer? Pues, que ésta le pague con la misma moneda. ¿Que el hombre quiere ser amado mejor que amar él? Pues, ¿ por qué la mu- jer no ha de querer lo mismo? ¿Que el hombre desea amor sin matrimonio? Pues, que le haga coro la mujer. ¿Que el hombre no aprecia la perfección moral e intelectual, sino só- lo la estética? Pues, que se apee la mujer de su perfección mo- ral e intelectual y concentre todos sus esfuerzos por lograr la perfección estética. Así se verá más amada y con sacrificios infinitamente menores resultará más dichosa.

¿Pero creen de buena fe los modernistas que nivelar el mundo es el mejor medio de eliminar los contrastes y crear la felicidad? ¿Pero creen de buena fe que impregnar de clo- roformo el alma femenina puede ser la panacea universal, ca- paz de hacernos a todos dichosos? ¡Pueril ilusión! No es la felicidad un calzado que se acomode fácilmente a todos los pies, ni tampoco algún potingue que se pueda confeccionar con un solo ingrediente, ni una caja de ahorros que aumen- te en razón directa de todos los bienes, considerados como