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EL ALMA DE LA MUJER 205



yas nobles aspiraciones quedarían frustradas, y con ellas la humanidad.

Pero, ¿es lícito sacrificar de consuno a la mayoría de las mujeres mejores y al porvenir de la sociedad, con tal de mejorar la situación de una parte mínima de mujeres que en su virilidad misma tienen ya su escudo y defensa? Cierto que las ¡eyes antiguas pueden resultarles algo estrechas a esas mu- jeres varoniles; pero siempre ha de haber alguieri para quien las leyes e instituciones vigentes representen un sacrificio. Só- lo que las leyes buenas se distinguen de las malas en que ani- man a cada cual a mejorarse, poniéndoles por modelo perso- nas más nobles y dignas, cuyo ejemplo, al generalizarse, re- dunda en provecho de la sociedad, y que protegen a la socie- dad contra el individuo, al débil contra el fuerte, mientras que en el caso que estudiamos, sería la sociedad la que ten- dría que transformarse de golpe y porrazo en una pandilla de individuos que no pensarían más que en su lucro y me- dro, resultando sacrificada la flor de las mujeres, que no pue- den transformarse en hombres por decreto, ni gozar por de- creto tampoco de los beneficios del egoísmo que les prome- ten.

Por todo lo cual no vacilo en declararme partidaria de la solución tradicional del amor en el matrimonio.

Los límites que la tradición señalaba al amor no eran límites arbitrarios, fijados solamente para poner a prueba las femeninas virtudes, sino los límites necesarios para mantener a la sociedad unida e impedir que las tragedias individuales recayesen sobre los demás, engendrando tragedias generales más graves todavía; representaban el mínimum de virtud que la sociedad femenil necesitaba para defenderse.

El abstenerse de amar a quien de buen grado se amaría y no se debe amar, abstenerse de declarárselo y de dejárselo entrever, puede ciertamente determinar tragedias; pero esas tra- gedias se muitiplicarían en proporción desmesurada, sobre to- do para la flor de las mujeres, que jamás se atreverían a sa- crificar a los demás en aras de sus gustos, luego que se gene- ralizase el amor libre, Quitando toda traba y freno a las armas de la coquetería, cesará toda constancia en el amor, aunque no cese el deseo de esa constancia.