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22 GINA LOMBROSO AA AARERA A

la mujer? ¿Por qué la mujer, la madre de todos los vivientes, el ser más necesario de la humanidad, ha de obedecer al hom- bre, a un individuo inferior a ella desde el punto de vista de la naturaleza y acaso, también, desde el punto de vista moral e intelectual? ¿Por qué ha de disfrutar en la sociedad de un prestigio menor que el suyo? ¿Por qué ha de verse ex- cluída de esos goces que se reputan los más grandes: de la gloria, los honores, el poder, los puestos más tentadores y mejor remunerados de la vida pública y privada? ¿Por qué no ha de hallarse asistida de los mismos derechos que el hom- bre? ¿Por qué han de imputársele como otros tantos delitos actos que en el hombre constituyen motivo de vanagloria? ¿Por qué ha de venir obligada, poco menos que por ministe- rio de la ley, a guardar una moral superior a la del hom- bre y realizar sacrificios infinitamente mayores?

Durante mucho tiempo, esta cuestión no me ofreció a mí la menor duda. Todo eso derivábase de una injusticia de los hombres, que se habían adjudicado a sí mismos la mejor parte de la vida; dependía de injusticias sociales, cuya elimi- nación no podía ser difícil. Pero poco a poco, a medida que el tiempo me hacía ir encontrando el fondo de mi alma, ese fondo común a todas las mujeres que con harta facilidad encubren los pocos años; según la experiencia me iba dejan- do ver todas las repercusiones que el problema de la mujer determina en la mujer misma y en la sociedad, fuí perca- tándome de que esas supuestas injusticias dependían de algo mucho más alto y fatal que una preponderancia o una in- justicia social, acabando por convencerme de que eran con- secuencia de la misión de la mujer, de las tendencias espe- ciales que esa misión despierta en todas nosotras indistinta- mente—así en aquellas que la pueden llevar a cabo como en aquellas otras que no pueden, lo mismo en las que humil- demente la aceptan que en las que orgullosamente la recha- zan, adquiriendo, en suma, la persuasión de que tales pre- suntas injusticias dependían de la armonía social, que necesi- ta de varones y hembras dotados de diferentes cualidades y encargados de cometidos diversos—, de igual modo que para la musical armonía del órgano requiérense tubos de longitud distinta.