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EL ALMA DE LA MUJER 53


importancia a la que no sé por qué se la ha bautizado con el nombre de amor propio.

Precisamente, por no tener un criterio fijo de sus inte- reses, es capaz la mujer de cometer las mayores necedades, de hacer los más desastrosos casamientos, de exponerse a los dolores más atroces e incurrir hasta en verdaderos delitos, por puro amor propio, es decir, para que el reducido número de personas que la conocen, puedan o no puedan decir de ella esto o lo otro; para granjearse su aplauso, evitar sus censu- ras, y dar lugar a admiraciones y envidias. ¡Cuántos matri- monios, que se dicen nacidos del amor o del capricho, no tu- vieron otro origen que el amor propio! ¡Cuántas muchachas se casaron únicamente por no quedarse muy a la zaga de sus amigas que se habían casado, por no romper un noviazgo que a otras les parecía muy ventajoso, aunque no lo fuera, o simplemente trastornadas por el orgullo de haber logrado que se les declarase un caballerito que gozaba fama de impa- sible!

Lózico es que así sea, una vez admitida su pasión al- truísta que la coloca en continua dependencia respecto a los demás. Más importancia que a la realidad concede la mujer al juicio ajeno, porque este último tiene a sus ojos mayor importancia que aquélla. Como los demás consideren muy ventajoso y adecuado un casamiento, la mujer lo aceptará. aunque en su fuero interno no lo juzgue así; y en cambio, aunque fuere realmente ventajoso, pensará ella que no lo es, como tal sea la opinión de las personas que la rodean. La mujer se desvive siempre por ponderar los méritos de su ma- rido, con la mira de que los demás formen buena opinión del matrimonio que hizo.

Esta importancia enorme que la mujer concede a la opinión ajena suele serle provechosa alguna vez, en calidad de freno moral de la conducta. Muchas son las mujeres que se imponen los más graves sacrificios, por no incurrir en la censura pública, o por granjearse el público aplauso. La so- ciedad debería hacer cuenta de este sentimiento, sobre todo la educación masculina, porque las heridas de amor propio que el hombre le infiere a la mujer, por pura insipiencia, son de las más dolorosas para ella, y las que más fácilmente puede evitar aquél. El novio que pone fin con gracia a sus relacio-