Página:Lopez La seniorita Raquel.djvu/34

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— De ninguna manera — respondió el café; — la historia de tu vida prueba que has sido valiente y sufrido; pero pienso que tú no has perdonado a los hombres el mal que te han hecho.

— ¿Por qué dices eso? — preguntó el vino.

— Porque te estás vengando continuamente — replicó el café. —Si ellos han cambiado tu azúcar en alcohol, tú los envenenas con ese mismo alcohol o los haces unos entes ridículos.

El que se habitúa a tí, paga muy cara su afición. Los grandes bebedores son seres repugnantes y miserables que mueren generalmente locos o en- fermos del estómago, y sus hijos son a menudo idiotas o tuberculosos.

— Cierto es lo que dices — respondió el vino;— pero, créeme, son los hombres mismos quienes bus- can su mal.

—Lo creo, amigo — concluyó el café. — Tampoco yo hago daño cuando se me consume moderada- mente; antes bien ayudo la digestión y estimulo el trabajo de la mente. Pero cuando se abusa de mí, dejo de ser una bebida sana y hasta medicinal, para convertirme en un veneno que destruye los nervios y causa uno de los males más graves: el insomnio o pérdida del sueño.

— No merecemos, pues, ninguno de los dos —