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Pero ¡ay! del que llevado de la curiosidad o del interés, se proponga examinar de cerca este arisco habitante de nuestras campañas.

A pesar de su pequeñez, es tan temible como una fiera; no porque posea garras y dientes capaces de desgarrar su presa, ni porque guste devorar carne humana, como el tigre y el lobo. Pero el zorrino posee un arma tanto o más temible que las zarpas y los dientes: su olor repugnante, ca- paz de causar la sofocación y aun la muerte.

Si se ve perseguido o si cree que algún peligro le amenaza, el zorrino arroja un líquido de olor penetrante que, al caer sobre el cutis, quema co- mo pudiera hacerlo el más fuerte de los ácidos.

Muchos han perdido la vista por haber recibi- do aquel líquido en los ojos, y otros, al sólo ser salpicados por él, han sufrido ataques nerviosos.

Pocas gotas de esta asquerosa substancia en las ropas, bastan para causar náuseas en quien se aproxima al que las ha recibido, y se necesita mucho tiempo para quitar ese olor de los vesti- dos o de los zapatos del que ha pasado por un sitio frecuentado por los zorrinos.

Con razón, pues, este animal es temido hasta por los caballos y los perros, que huyen apenas perciben el olor del zorrino.