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. —8— LO QUE EL BUEN SOL CONTÓ A DORITA

—Buenos días, querido Sol. ¡Vieras qué sueño tan feo he tenido! Soñaba que te habías ido y que, por más que te llamaba, no querías volver.

— Eso fué un sueño solamente, querida mía. Mis visitas no te faltarán; pero perdóname si, durante unos meses, ellas van siendo cada día más cortas.

— ¡Todavía quieres estar aquí menos tiempo! Mis flores se han «puesto muy tristes desde que apenas pasas por el jardín, y mi gato tiene que cambiar de lugar varias veces durante su siesta para que lo calientes. Ayer se me quejó con un maullido que daba pena. ¿No lo oíste?

— Considera, Dorita, que estoy muy apurado; me esperan en otras tierras donde debo hacer ma- durar el trigo y florecer los rosales.'

—El trigo... los rosales... Entretanto mi papá decía anoche que pronto tendrá que despedir a los peones porque no quedan casi espigas que recoger; y mi rosal blanco no tiene ya ni un triste botón. No me parece justo lo que haces, buen sol.

—¿Te olvidas, Dorita mía, que vosotros ha- béis tenido ya vuestro verano y vuestro otoño? Mientras tu papá recogía millares de espigas en sus campos, y tú hacías bellos ramos para tus ami-