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«Rodeado y querido de sus hijos y nietos, Matías en- vejece hoy, feliz como sólo puede serlo quien ha llevado una vida sencilla de honrada labor. Su fortuna, que es considerable, no lo ha hecho soberbio. Vive cómodamente pero sin lujo, y el dinero que podría emplear en éste lo uti- liza en beneficio de los necesitados o en costear obras útiles, como la apertura de una calle, el sostenimiento de un hospital u otro servicio análogo. Sin embargo, no se enorgullece por esto, que considera el cumplimiento de un deber, pues todo argentino que ha recibido de su rica y generosa tierra cuanto posee y hace la felicidad de su familia, está obligado a devolver parte de ese beneficio, contribuyendo a que los demás sean felices también.

«De lo que sí está orgulloso Matías, es de ser «hijo de su trabajo», a la manera que lo fué su padre; por eso ama el cultivo de la tierra y no será raro que si alguna vez pasan ustedes por el pueblo donde vive, lo vean en el huerto de su casa, viejo como es, enseñando a manejar la azada al más pequeño de sus nietos.»

Aquí concluyó don Juan su cuento, que a los chicos y chicas de la escuela les pareció cuento de hadas.

Pepito quedóse pensativo, diciéndose tal vez en su inte- rior, que las faenas del labrador, aunque duras, no son tan ingratas como suponía.

Pero lo que no supieron los chicos de la escuela, lo sabía el maestro, que sonrió al despedirse del buen anciano: don Juan acababa de contarles su propia historia.