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SI NO HUBIERA LEYES

— ¿Es posible, Corita, que pienses así?

— Seguramente, abuelito. Resulta que ahora va a ve- nir el médico a vacunarnos a todos, porque la ley ordena hacerlo cada diez años. Nos va a pinchar los brazos, tal vez nos sobrevenga fiebre y no podamos salir, ni jugar, ni comer a gusto, durante dos o tres días. Me parece que se debiera dejar a la gente vacunarse o no según su voluntad, en vez de obligarla. Por mi parte, si no fuera chica, me resistiría a cumplir semejante ley.

— Ven acá, niñita, y escucha lo que te voy a decir.

— ¿Un cuento? ¿Me vas a contar un cuento? Sí, sí; empieza ya, así olvidaré el mal rato que voy a pasar en breve. Te escucho, abuelito... Había una vez. .. Empieza...

— Allá voy, hijita; no me apures, mira que soy viejo.

— Bueno, cuéntamelo, aunque sea despacio.

— Escucha. Tú sabes que dentro de esta casa, papá y mamá son quienes lo manejan y dirigen todo.

— Naturalmente, puesto que son papá y mamá...

— Ellos disponen a qué hora se han de levantar los ni- ños y los sirvientes, en qué deben consistir las comidas, cuándo se han de servir, cuánto se ha de gastar en ves- tidos, alquiler, paseos y demás cosas, qué han de estudiar

- ustedes...

— Sí, sí, todo lo disponen papá y mamá, y todo marcha muy bien y a gusto de todos; pero vamos al cuento.

— Supón que mañana, papá y mamá, de común acuer- do, resolvieran no dar órdenes ni tomar disposición al-