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guna, permitiendo que los criados se levanten o no según su gusto, que cocinen cuando bien quieran y como mejor les parezca, que los niños vayan o no a la escuela, y si prefieren no ir, jueguen o corran; que cada uno almuerce o cene a la hora que se le antoje, que el dinero esté a la mano de todos para gastarlo según el capricho de cada cual; en una palabra, supón que nadie dirija la casa e indique lo que deba hacerse. ¿Te gustaría tal sis- tema?

— Yo creo que sí; sería muy divertido.

— Puede ser que lo fuera por uno o dos días, aunque lo dudo mucho; pero si se prolongara más tiempo, tal vez no te gustara tanto. Imagínate lo que ocurriría si a la hora en que tú desearas estudiar se les ocurriera a tus hermanos jugar al gran bonete en la misma pieza, o si cuando determinaras dormir, ellos se pusieran a tocar el tambor.

— Sería un barullo y es casi seguro que discutiríamos en grande.

— ¿Y si a unos se les ocurriera almorzar a las diez de la mañana y a otros a la una de la tarde?

— La pobre cocinera se volvería loca y tal vez dejara la casa, lo que sentiríamos todos, pues es muy buena.

— Ahora, díme, ¿qué te parecería si Ismael te molesta- ra con gritos cuando a ti te doliera la cabeza, o Arturo apagara la luz cuando tú estuvieses leyendo ?

— Me parecería una falta de consideración de parte de mis hermanos y haría otro tanto con ellos cuando llegara la ocasión. Pero no, eso estaría muy mal hecho, pues