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— 139 — quiera insignificancia. A las primeras palabras, Zonda, enrojecido y sofocado por su propia ira, arremetía contra su hermano Pampero, quien, a su vez, se lanzaba sobre aquél derribándolo y con él cuanto se oponía a su impulso.

Ustedes convendrán conmigo en que si Aeros, como padre, podía soportar aquella algarabía continua, en cam- bio los vecinos debían sentirse en extremo incomodados. Uno sobre todo, un viejo algo enemigo de Aeros, a quien solía criticar la mala educación que había dado a sus hi- jos, quejósele varias veces sin resultado alguno, pues los muchachos siguieron gritando y haciendo desorden, así de noche como de día. En vista de esto, el vecino resolvió aplicar el remedio por su propia mano.

Después de mucho pensar sobre la mejor manera de lle- var a cabo su propósito, invitó un día a los dos hermanos a dar un paseo por el campo. No se empleaban entonces ca- rruajes ni automóviles, ni siquiera caballos, sino unas alitas que los viajeros se ponían y quitaban a voluntad. Se com- prende cuán rápidamente se harían así las excursiones.

El viejo partió primero con Zonda, y, recomendando a Pamperillo que los esperara, se fueron siempre hacia el norte, a las regiones donde hace mucho calor.

Sintiéndose muy cansado, Zonda pidió a su acompañante lo dejara reposar un rato bajo los árboles. Accedió el viejo, diciéndole que entretanto él iría en busca de Pamperillo.

Regresó a la cueva, tomó a éste y se lanzó al espacio, pero, en vez de seguir la primera dirección, lo condujo hacia el sur, lo más lejos posible, hasta llegar a una inmensa llanura, donde hacía mucho frío. Pamperillo, que nunca