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DE LAS PAMPAS A LAS ALTAS CIMAS

Tendría curiosidad de saber en qué punto de la Repúbli- ca viven ustedes. ¿Habitan, acaso, una ciudad de calles rectas, flanqueadas de edificios modernos de varios pisos o, por el contrario, un pueblo de tercer o cuarto orden, de escaso movimiento y dorde las casas están diseminadas?

Sin duda que vivir en una gran ciudad tiene sus ventajas, porque en ella se hallan reunidas todas las comodidades que puede desearse. Pero en cambio, ¡qué poco gozan de la naturaleza sus habitantes! Los que siempre habitan una ciudad no conocen otros panoramas que los que ofre- cen esas calles más o menos rectas, con sus intermina- bles filas de casas semejantes a colmenas, su tráfico bu- llicioso y su iluminación deslumbradora. Apenas pueden ver el cielo y recibir los rayos del sol, pues las elevadas casas los ocultan casi a su vista. Y no hay que hablar de flores y plantas, de pájaros e insectos que alegren el paisaje, porque, salvo los pocos que se puedan ver en algún parque o jardín, tales cosas no existen casi para el habitante de las grandes ciudades.

En cambio, el morador de las campañas tiene siempre ante su vista los mejores cuadros de la naturaleza: puede ver salir el sol, crecer y cubrirse de flores la hierba; puede pasear bajo los árboles y extasiarse con el canto de las aves que tejen sus nidos en el follaje. Cada estación del año le trae nuevas impresiones y nuevos goces, y las noches estrelladas no le procuran menos encanto que los bellos días en que el sol luce todo su esplendor.