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— 1718 —

Años y más años pasaron sin que se descubriera en nuestras montañas la más insignificante veta de los codi- ciados metales, hasta que atrevidos viajeros venidos so- bre todo de México, país que forma parte de la América del Norte, se internaron, resueltos a probar fortuna, entre las fragosidades de las sierras andinas y se establecieron en las faldas del cerro de Famatina, en la provincia de La Rioja. No se tiene de ellos noticias muy precisas; sólo se sabe que su perse- verancia obtuvo justo pre- mio, pues en las entrañas del imponente y majestuo- so cerro, en la región de las nieves eternas, hallaron y explotaron durante mucho tiempo ricos filones de mi- nerales de oro, plata y plo- mo entremezclados.

Los primitivos explotado- res de esas riquezas desaparecieron, pero quedaron. allí los peones indígenas que habían ocupado y adiestrado en esa ruda tarea, los que, faltos de dirección y sin me- dios para un trabajo serio, continuaron extrayendo dichos metales en forma rutinaria y por tanto poco provechosa. Tal es el origen de los escasos pobladores actuales del cerro de Famatina, cuyas modestas chozas están disemi- nadas en las faldas y laderas de él. La vida que allí llevan no es nada cómoda ni amena. Las tempestades, que suelen ser terribles, destruyen a veces, en unas horas, sus pobres


Transportando minerales a lomo de mula.