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EL EJÉRCITO DE LA PAZ
— Decías, Margarita, que tu papá es médico, ¿no es así?
— Sí, señorita; visita los enfermos en sus casas y en el hospital.
— ¡Qué noble profesión la suya! ¡Cuántos males pue- de aliviar! y ¡a cuántos le es dado llevar otra vez la feli- cidad! ¿No has visitado alguna vez el hospital en que tu papá presta sus servicios ? ,
— Sí, señorita, el día de año nuevo suelo llevar a los enfermos libros, flores y otros regalitos. Las enfermeras me conocen todas y suelen preguntar por mí a papá. De- ben ser muy buenas cuando se dedican a esa tarea; yo no tendría valor para presenciar tanto sufrimiento.
— Sería muy triste, Margarita, si todos tuvieran tan poco valor como tú, porque ¿quién cuidaría entonces de los pobres enfermos?
— Podrían cuidarlos sus familias.
— Es que muchos no la poseen o es gente tan pobre que en lugar de atenderlos tiene que trabajar. Otros carecen de recursos para asistirse en su casa y tienen que ir al hos- pital; además, los enfermeros son personas que saben cuidar muy bien y a veces mejor que las personas de la familia.
— No había pensado en eso.
— Los hospitales son para los pobres o desamparados y también para los que, teniendo recursos, viven solos.
— Y allí están muy bien todos, paguen o no, pues a los pobres se les asiste gratuitamente. Tienen buena cama en salas bien aereadas e iluminadas, y cuando entran en