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convalecencia tienen libros para distraerse, salas para conversar y hermoso jardín con sillones. Están allí mejor que en sus casas. ¡Qué bueno es el gobierno! ¿no? señorita.

— Todo eso que tú consideras una bondad del gobierno, es el simple cumplimiento de su deber. ¿Te parece, aca- so, qué por bondad el go- bierno mantiene limpias las calles y pura el agua que bebemos?

— En verdad, señorita, nunca se me había ocurrido pensar en esas cosas.

— Pues es preciso que

pienses; nadie debe ser in- diferente a las cosas concer- nientes a su pueblo o país. 1 Tú te admirabas de que Soldados de la paz desinfectando un apo- €l gobierno sostenga los sento que ocupó un enfermo contagioso. hospitales, pero no sola- mente hace eso, sino que tiene organizados infinidad de otros servicios, que están a cargo de millares de hombres, de los que seguramente no nos acordamos muy a menudo.

— ¡Millares! Nunca lo hubiera creído.

— Pero piensa un poco, niña. Dejemos de lado a los bom- beros, carteros y vigilantes, cuyo número puedes calcular fácilmente si tienes en cuenta lo grande que es una ciudad. Considera solamente la variedad inmensa de empleados que están a nuestro servicio en las diversas reparticiones.