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higiene, y que, siendo la tuberculosis una de las enferme- dades que hace más estragos, no estaría demás tratar de contribuir a la propaganda que los higienistas y médicos del país hacen para combatirla.

Tal idea dió como resultado que se agregara en el pro- grama una obligación más que debían cumplir todos sus miembros, a saber:

Abstenerse de salivar en el suelo y hacer conocer a los niños y aún a las personas mayores que lo ignoren, que ese hábito no sólo contribuye

a dar a la ciudad aspecto de desaseo, sino, lo que es peor todavía, a pro- pagar una de las más terribles enfermedades.

Luis hizo notar que si un extranjero, al recorrer las calles de un pueblo hermoso y bien tenido, tropieza a cada paso con chicos sucios, mal hablados, que apedrean a los perros, que fuman, que contestan con grosería, y que no respetan a las personas mayores, concluirá por sen- tirse profundamente disgustado y preferirá abandonar tal pueblo, por más hermosas que sean sus casas, calles y jardines.

La observación de Luis pareció a todos muy oportuna, y, después de discutir la mejor forma de evitar esos males, resolvieron escribir en una tarjeta, que cada miembro lle- varía siempre consigo, las siguientes recomendaciones:

Son deberes de todo joven que aspire al título de ciudadano argentino:

Cuidar ante todo de su aseo y arreglo, con lo que dará idea de su buena educación y del respeto que profesa a aquellos ante quienes se presenta;

Ser atento y cortés con todos; dirigir la palabra con afabilidad y des- cubrirse ante las señoras y personas mayores;

Caminar reposadamente, sin llevar por delante a los transeuntes, ni atropellarlos para pasar primero;