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EL SOL Y EL CLIMA

Mi amiguita Sofía es muy curiosa. Al decir curiosa no empleo esta palabra en el sentido desagradable que general- mente se le da. Sofía siente viva curiosidad por conocer la razón de los fenómenos que a su rededor se producen; y esta curiosidad, lejos de ser censurable, demuestra aplica- ción y merece ser satisfecha, porque en ningún libro se aprende tanto ni tan bien como en el de la naturaleza.

Por lo que pueda serles de utilidad, repetiré aquí un diálogo que sostuve con mi amiguita días pasados.

Estábamos en el campo y, como eran las doce de un día de verano, el tema de nuestra conversación fué naturalmente el calor.

— Tienes razón, Sofía; todos, por ignorantes que sean, saben que a mediodía el calor es más intenso. En verano, llega a hacerse insoportable, y es necesario guarecerse en las habitaciones para evitarlo; en cambio, en invierno es la hora más agradable, y hasta resulta un placer caminar bajo los tibios rayos de ese mismo sol tan molesto en verano. Pero te has preguntado alguna vez ¿a qué obedece ésto?

— Toma, la respuesta es bien fácil; porque a esa hora hay mucho sol.

— ¿Crees entonces que el sol aumenta o disminuye de tamaño según la hora?

— Así debe ser, pues.

— Estás en error. El sol es un astro mucho más grande que la tierra y presenta, como ésta, la forma de una bola, pero en estado incandescente; por eso brilla y envía calor,