Nuestra Tierra
y y A LOS NIÑOS
Permítanme, mis queridos amiguitos, que los invite a pensar un momento en algo que podrá parecerles curioso y sin embargo es muy evidente. Cada uno de ustedes, niño de pocos años, posee un tesoro tan grande que la vida en- tera no le bastaría para contarlo; un tesoro que, a pesar de
- pertenecerle, pertenece también por igual a muchos millares
de hermanos, y del cual disfrutamos todos sin quitarnos nada unos a otros. Esto, que a primera vista parece una charada, es de lo más claro, como' ustedes van a verlo.
El tesoro a que me refiero es la tierra en que vivimos, a la cual, con el mismo derecho, todos cuantos hemos nacido en ella llamamos nuestra tierra.
Pero he aquí algo no menos curioso, sobre lo que deseo también llamarles la atención. Nada de extraño tendría, mis amiguitos, que hasta ahora hubieran ustedes con- siderado a sus padres, hermanitos, abuelos y tíos como su única familia; pues bien, no; éstos sólo son una pequeña parte de la gran familia que constituyen todos los que, habiendo nacido en esta tierra, son hijos, como ustedes
ios de la buena y cariñosa madre a la que damos el