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— 9— Verdad es que don Juan, en sus recorridas por las chacras, recomendaba a los muchachos no perdieran clases, pro- metiéndoles traje nuevo para las próximas fiestas patrias a aquellos que mejor aprendieran a leer y escribieran sus nombres con buena letra.

En sus conversaciones con el maestro y el médico del pueblo, solía decirles que consideraba muy necesario ins- truir a esos paisanitos, para que más tarde supieran des- empeñarse y sacar el mayor provecho posible de sus traba- jos. Decíales, además, que como muchos de ellos eran hijos de extranjeros, la escuela argentina debía enseñarles a amar y conocer a su patria.

Sucedió que una tarde, estando de visita en la escuela, don Juan reparó en un muchachito de unos doce años, que hasta entonces nunca había visto. El maestro le explicó que era el hijo de un nuevo colono de la chacra situada en el extremo del pueblo. Acto continuo, don Juan pre- guntóle al niño por sus padres y hermanitos. El chico, que resultó llamarse Pepe, parecía bastante malhumorado; díjole que tenía cuatro hermanos y dos hermanas que no venían a la escuela porque debían ayudar en la casa.

— Mis hermanos — prosiguió — quieren ser agricultores como papá; pero yo no.

— ¿Qué querrías ser tú? entonces — interrogóle don Juan, — puesto que no te gustan los trabajos del campo.

— Gustarme me gustan — interrumpió Pepito; — pero como yo quiero ser rico y los agricultores no lo son...

— Alabo tu deseo de llegar a rico — dijo el anciano, — si para conseguirlo te propones trabajar; pero te advierto